sábado, 14 de abril de 2012

Link Fierro vs. Columba según Morhain

En relación al tema que van a estar exponiendo el lunes les copio un artículo publicado en El Club de la Historieta de Telam, estaría interesante que lo comparen con el artículo (rvs) que les subí hace un par de semanas, y algún otro que trabaja con la tarea de posicionamiento y hacerse un nombre de Carlos Trillo desde Record, incluyendo Skorpio. El artículo de Morhain, publicado por Telam, podría servir para hacer una revisión de algo así como el intento de reconstrucción de la historia de la historieta o algo así.

http://clubdelahistorieta.telam.com.ar/?p=537


Empanadas contra arroz con leche (Fierro vs. Columba)

por Jorge Claudio Morhain
La historia de nuestra Literatura Verboicónica, de la historieta nacional, se ha hecho, como toda nuestra historia, de malosentendidos y malentretenidos, de intereses, lobbys e influencias, de desconocimiento y de teorías conspirativas.
Lo malo es que, para un medio cuasi marginal como es hoy en día, hay más historia que presente, y las plantitas que han crecido sin Rodrigo se inclinan cada vez más. Y nos perjudica a todos. A todos, no a los historietistas. Perjudica a la cultura nacional.
Cuando apareció la revista Skorpio, no hubo ninguna polémica por su competencia con Columba. Skorpio ocupaba el mismo nicho que Columba, sus historias estaban escritas con el mismo sentido, se compraban guiones cuidadosamente elegidos y luego se mandaban a dibujar, contaba historias reconocibles como historias. Era como Columba, sin censura. Con libertad para escribir y para dibujar.
Después, en 1984, ya en democracia, el editor de la exitosa Humor y un largo etcétera, Andrés Cascioli, decidió publicar Fierro a Fierro (Fierro). Una gran revista, que acogió a dibujantes off mercado, presentándolos al público, y, de paso, como dijo Cascioli en un reportaje de La Nación, sirviendo de catálogo para vender a esos profesionales en Europa. En la misma nota, Cascioli reconoce que la revista le daba pérdida.
Ahora bien, las revistas de Editorial Columba vivían una época floreciente, con setenta años en el mercado, un público fiel y constante, y al menos cinco revistas mensuales de diez historietas completas, con aventuras e historias coherentes y atrapantes, con un “mensaje” (sea este cuál fuera, aunque siempre hablaba de la solidaridad, el honor, la bondad, etc.) y dibujos desde extraordinarios a aceptables. El nivel de ventas era envidiable, no sólo en la Capital, sino sobre todo en el interior del país, y en los demás países latinoamericanos.
Fierro necesitaba posicionarse en el mercado, comunicar que existía y hacerse de un público. Necesitaba una estrategia de marketing. Ediciones La Urracaestaba en su derecho al elegir una estrategia de mercado que ayudara a posicionar su publicación. Pero eligió la peor: disminuir al “adversario”. Dicho, sugerido, inducido, el mensaje fue que el material de Columba era malo, y que no valía la pena comprar esas revistas, ni leerlas, existiendo Fierro.
En realidad, y sobre todo visto en perspectiva, el “adversario” no era tal: Columba no sufrió merma alguna en sus ventas ni se preocupó por la aparición de Fierro. No era lo mismo que la competencia de Skorpio, que actuaba sobre el mismo “target”, y que además tenía mucho éxito, sobre todo publicando los trabajos de Oesterheld y Pratt. Precisamente, el nicho de Fierro no tenía nada que ver con el nicho de Columba. Ambas publicaban historietas, es cierto, del mismo modo que las empanadas y el arroz con leche son comidas. Pero así como a nadie se le ocurriría pensar que el arroz con leche fuera competencia para las empanadas, al público de Columba no le afectaba que hubiese otra revista: no sustituía una por otra. Si estaba interesado, compraba y leía ambas. Si no, no le prestaba atención.
El primer síntoma de esa desigual batalla se presentó enuno de los Encuentros Nacional de Humor e Historieta de Lobos, a fines de los ’70, cuando, en la mesa redonda pública efectuada en el Concejo Deliberante de esa ciudad, Cascioli polemizó con quien esto escribe. Había empezado a denostar a las historietas de Columba, como lo peor que había. Pedí la palabra, y pregunté al opinante si él leía esas revistas. “¿¡Pero cómo voy a leer esa bazofia?!” fue su respuesta, que debe estar registrada en las grabaciones del HCD de Lobos. La conclusión era obvia: ¿si no las leía, cómo sabía que eran tan malas?
Esa fue la base de la estrategia de marketing de Fierro, un recurso de ventas, hundir al adversario para sobresalir en el mercado. Una cuestión de dinero, al fin.Seguramente sin intención de que así fuera, resultó una actitud francamente discriminatoria y clasista.
Pero bien, si el mundo hubiese sido normal para los argentinos, las cosas se habrían arreglado solas y santas pascuas. Pero para los argentinos, los años ’90 trajeron la destrucción de las fuentes de trabajo, incluida la historieta. Y muchos otros males que aún padecemos. Desapareció Fierro, y también Skorpio. Y también la ochentosa Columba. Esta última perduró hasta fin de siglo, en manos de los acreedores de la Editorial, publicando el stock y republicando.
Hubo silencio durante mucho tiempo, y luego la historieta empezó a ponerse de moda nuevamente. Pero ese lapso de silencio significó que la mayoría del periodismo haya perdido toda noción del tema, si es que alguna vez lo tuvo. Porque ya había poca información en épocas anteriores, por eso de que era “sólo” historieta. Un género tan marginal que ni siquiera se trataba en la sección de noticias infantiles, porque evidentemente no eran para niños. Eran, según la visión de entonces, para adultos vergonzantes. Y de las actitudes vergonzantes el periodismo nunca habla. De entre los pocos conocedores de la Historieta Argentina apareció uno, que era licenciado en letras, y además que tenía experiencia: había sido artícide de las revistas de historietas de Humor, y Jefe de Redacción de Fierro: Juan Sasturain. Juan se fue convirtiendo en el referente obligado a la hora de hablar del tema. Reforzado por su extraordinaria interacción entre cultura y espectáculo, en la serie “Ver para Leer”.Y luego la exitosa y permanente “Continuará”, el único programa serio sobre la historieta propiamente dicha. No es que haya progrmas no serios: no hay de ningún tipo.
Juan Sasturain provienede la editorial que, por marketing, sostenía que era lo mejor, prácticamente lo único bueno en historieta. Y Sasturain habla de Fierro y los artistas que pasaron por allí, o cercanos o posteriores. O de algunos clásicos consagrados. Pero siempre, consuetudinariamente, ha dejado de lado el análisis –que no tiene por qué hacer, por otro lado, porque es un periodista, y no un historietólogo–del “resto” de la historieta nacional. No habla de Columba, sólo ocasionalmente de Robin Wood y de algún personaje que ha incursionado por otros medios. Su mazo de naipes es siempre el mismo: por más que lo baraje siempre tira las mismas cartas.
Pero esto no es una crítica personal. El trabajo de Sasturain en favor de la historieta es tan notable como solitario. Y Juan está en todo su derecho de hablar de lo que sabe, lo que en su opinión merece ser hablado.
Lo malo está en la siempre presente subvaloración del género. Y del resto de los periodistas (salvo honrosas excepciones), que cuando se ven obligados a hablar de la historieta no se informan, no indagan, hacen la cómoda y siguen cerrando el panorama, repitiendo los lugares comunes que circulan. Dejando afuera a cientos de profesionales que, a fuer de no ser mencionados, recordados, ni recomendados, no sólo se van perdiendo en el olvido –que al fin y al cabo es sólo una circunstancia temporal y reversible–, sino que desaparecen de la posible oferta para las oportunidades de trabajo.Que esos profesionales tendrían si se los valorara o se los visibilizara.
Y, claro,achjicando el mazo, se achica el problema. Pareciera que la crisis de la historieta afectó a unos veinte tipos, que por otra parte trabajan, en su mayoría para el exterior. Y no es así. Hay miles de desocupados de la historieta. Cientos de dibujantes, decenas de guionistas, y miles de operarios de los alrededores (armadores, letristas, gráficos, distribuidores, administrativos)
Y, además, hay millones de lectores que no pueden acceder al género. Sí, la revista Fierro sigue saliendo, pero sigue manteniendo su dejo elitista, el escaso control del editor sobre guiones e historias. Sigue siendo un material a veces brillante, y a veces hermético. No apto para mayorías.
¿Dónde están las mujeres que leían Intervalo, que se emocionaban hasta las lágrimas con “Hombres y Mujeres de Blanco”, o seguían apasionadas las desgracias de “Amanda”? ¿Dónde están los hombres amantes de Nippur, de Dago, de Ted Marlow, de Jackaroe? ¿Dónde aquella multitud de lectores de las provincias que adoraban al Cabo Savino, al Chumbiao, las historias de jinetes y de malevos, los cuentos que rozaban la patria profunda? ¿Dónde se refugian los que gozaban con las policiales negras de Skorpio, que amaban las aventuras en el Pacífico o las narraciones de ciencia ficción o terror?
Pareciera que no están. Pareciera que nadie se acuerda de ellos. Pareciera que eran tan marginales que no cuentan. Que pueden desecharse, a pesar de que eran millones. Millones. La poca historieta que se publica en la Argentina, el País de la Historieta, sale en formato libro. Los que pueden, compran esos libros, muy bien impresos, a veces con historias de calidad, a veces con obras de arte maravillosas. Que sólo se venden en negocios especializados, de los que hay menos que kioscos que vendan gofio. Los que pueden pagarlos.
Es decir, existe una situación de injusticia hacia aquellos que crearon una cultura y llenaron un imaginario, durantre casi un siglo. Por el otro, una profunda inequidad. El mercado ha ganado, dejando de lado a las masas, en pos de la ganancia. Una victoria pírrica, si las hay.

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