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Empanadas contra arroz con leche (Fierro vs. Columba)
por Jorge Claudio Morhain
Lo malo es que, para un medio cuasi marginal como es hoy en día, hay más historia que presente, y las plantitas que han crecido sin Rodrigo se inclinan cada vez más. Y nos perjudica a todos. A todos, no a los historietistas. Perjudica a la cultura nacional.
Cuando apareció la revista Skorpio, no hubo ninguna polémica por su competencia con Columba. Skorpio ocupaba el mismo nicho que Columba, sus historias estaban escritas con el mismo sentido, se compraban guiones cuidadosamente elegidos y luego se mandaban a dibujar, contaba historias reconocibles como historias. Era como Columba, sin censura. Con libertad para escribir y para dibujar.

Ahora bien, las revistas de Editorial Columba vivían una época floreciente, con setenta años en el mercado, un público fiel y constante, y al menos cinco revistas mensuales de diez historietas completas, con aventuras e historias coherentes y atrapantes, con un “mensaje” (sea este cuál fuera, aunque siempre hablaba de la solidaridad, el honor, la bondad, etc.) y dibujos desde extraordinarios a aceptables. El nivel de ventas era envidiable, no sólo en la Capital, sino sobre todo en el interior del país, y en los demás países latinoamericanos.

En realidad, y sobre todo visto en perspectiva, el “adversario” no era tal: Columba no sufrió merma alguna en sus ventas ni se preocupó por la aparición de Fierro. No era lo mismo que la competencia de Skorpio, que actuaba sobre el mismo “target”, y que además tenía mucho éxito, sobre todo publicando los trabajos de Oesterheld y Pratt. Precisamente, el nicho de Fierro no tenía nada que ver con el nicho de Columba. Ambas publicaban historietas, es cierto, del mismo modo que las empanadas y el arroz con leche son comidas. Pero así como a nadie se le ocurriría pensar que el arroz con leche fuera competencia para las empanadas, al público de Columba no le afectaba que hubiese otra revista: no sustituía una por otra. Si estaba interesado, compraba y leía ambas. Si no, no le prestaba atención.

Esa fue la base de la estrategia de marketing de Fierro, un recurso de ventas, hundir al adversario para sobresalir en el mercado. Una cuestión de dinero, al fin.Seguramente sin intención de que así fuera, resultó una actitud francamente discriminatoria y clasista.

Hubo silencio durante mucho tiempo, y luego la historieta empezó a ponerse de moda nuevamente. Pero ese lapso de silencio significó que la mayoría del periodismo haya perdido toda noción del tema, si es que alguna vez lo tuvo. Porque ya había poca información en épocas anteriores, por eso de que era “sólo” historieta. Un género tan marginal que ni siquiera se trataba en la sección de noticias infantiles, porque evidentemente no eran para niños. Eran, según la visión de entonces, para adultos vergonzantes. Y de las actitudes vergonzantes el periodismo nunca habla. De entre los pocos conocedores de la Historieta Argentina apareció uno, que era licenciado en letras, y además que tenía experiencia: había sido artícide de las revistas de historietas de Humor, y Jefe de Redacción de Fierro: Juan Sasturain. Juan se fue convirtiendo en el referente obligado a la hora de hablar del tema. Reforzado por su extraordinaria interacción entre cultura y espectáculo, en la serie “Ver para Leer”.Y luego la exitosa y permanente “Continuará”, el único programa serio sobre la historieta propiamente dicha. No es que haya progrmas no serios: no hay de ningún tipo.

Pero esto no es una crítica personal. El trabajo de Sasturain en favor de la historieta es tan notable como solitario. Y Juan está en todo su derecho de hablar de lo que sabe, lo que en su opinión merece ser hablado.
Lo malo está en la siempre presente subvaloración del género. Y del resto de los periodistas (salvo honrosas excepciones), que cuando se ven obligados a hablar de la historieta no se informan, no indagan, hacen la cómoda y siguen cerrando el panorama, repitiendo los lugares comunes que circulan. Dejando afuera a cientos de profesionales que, a fuer de no ser mencionados, recordados, ni recomendados, no sólo se van perdiendo en el olvido –que al fin y al cabo es sólo una circunstancia temporal y reversible–, sino que desaparecen de la posible oferta para las oportunidades de trabajo.Que esos profesionales tendrían si se los valorara o se los visibilizara.

Y, además, hay millones de lectores que no pueden acceder al género. Sí, la revista Fierro sigue saliendo, pero sigue manteniendo su dejo elitista, el escaso control del editor sobre guiones e historias. Sigue siendo un material a veces brillante, y a veces hermético. No apto para mayorías.
¿Dónde están las mujeres que leían Intervalo, que se emocionaban hasta las lágrimas con “Hombres y Mujeres de Blanco”, o seguían apasionadas las desgracias de “Amanda”? ¿Dónde están los hombres amantes de Nippur, de Dago, de Ted Marlow, de Jackaroe? ¿Dónde aquella multitud de lectores de las provincias que adoraban al Cabo Savino, al Chumbiao, las historias de jinetes y de malevos, los cuentos que rozaban la patria profunda? ¿Dónde se refugian los que gozaban con las policiales negras de Skorpio, que amaban las aventuras en el Pacífico o las narraciones de ciencia ficción o terror?
Pareciera que no están. Pareciera que nadie se acuerda de ellos. Pareciera que eran tan marginales que no cuentan. Que pueden desecharse, a pesar de que eran millones. Millones. La poca historieta que se publica en la Argentina, el País de la Historieta, sale en formato libro. Los que pueden, compran esos libros, muy bien impresos, a veces con historias de calidad, a veces con obras de arte maravillosas. Que sólo se venden en negocios especializados, de los que hay menos que kioscos que vendan gofio. Los que pueden pagarlos.
Es decir, existe una situación de injusticia hacia aquellos que crearon una cultura y llenaron un imaginario, durantre casi un siglo. Por el otro, una profunda inequidad. El mercado ha ganado, dejando de lado a las masas, en pos de la ganancia. Una victoria pírrica, si las hay.
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